Mentes sin amarras es un blog que nace de la búsqueda de la creatividad y del deseo de no dejar perder aquellas ideas que tocan de vez en cuando la mente y se van debido a la falta de un lugar para quedarse. Mentes sin amarras es el lugar para cualquier idea, pensamiento o escrito que ronde por ahí en las mentes de los autores.

viernes, 28 de octubre de 2011

Mi perroidre y yo su humanoide.



Recomendación: leer primero: "dejó de ser humano, dejó de sentirse autopista"

Narrado por él, parte II:

Mi nombre es Autopista 34, aunque de Autopista ya no me queda nada.

He vivido dos momentos realmente tristes en mi vida:

El primero, cuando creí que me iba a morir dejando solo a mi pobre perro.
El segundo, cuando creí que me iba a quedar solo sin mi lindo perro.

De la primera no hay mucho qué decir:
Un accidente que casi acaba conmigo, digo casi, porque parcialmente logró acabarme, mi cuerpo no quedó sirviendo para nada, tuvieron que reconstruirlo, jugaron a ser Dios, y soy más un frankenstein que un humano propiamente hablando, con la diferencia que en vez de estar muerto y traerme a la vida, yo hice el ciclo completo, nací, crecí, morí y volví, con partes que no son de humano, pero volví, no hay Jesus resucitando que valga en esta historia. Jesús! Si me estás escuchando, déjame decirte que yo soy la verdadera resurrección, tú, un simple aficionado.

De la segunda puedo contar:
Tenía un perro, siempre cuidó de mí, fue un buen amigo. He aquí su historia: Habíamos ido de vacaciones a Londres, nos habíamos hospedado en un pequeño hostal cerca a la estación East Putney, un hostal que colindaba con el Thames river , bastante acogedor. Para ese entonces, yo ya era esta vaina mitad hombre, mitad robot, mitad mierda.

Eran los primeros días de primavera, el final del invierno, habíamos estado siendo azotados por unas temperaturas increíblemente bajas, para los que creen que no siento, les confieso que están equivocados, han instalado tan poderosos sensores de reconocimiento de sensaciones en mi cuerpo, que he terminado por ser más sensible que cualquier humano, oso o elefante que habite en este mundo.

Tenía que estar abrigado de más todo el tiempo, y me resultaba casi imposible el caminar rápido.

Lonchera, mi perro, era mi compañía de todos los días, y fue la única razón, por la que decidí que valía la pena seguir viviendo después del accidente, a él tengo que agradecerle tantos momentos de compañía, y sé que no habla pero con sus miradas y abrazos me dice más que cualquier humano.

Llámame misántropo si quieres, pero para mí, tiene más importancia la vida de un animalito que a diferencia de un humano, no es capaz de expresarse.

Tampoco voy a decir que Hitler es mi héroe, porque no me va nada que sea relacionado con sufrimiento, maltrato o abusos de poder.

Eran las ocho de la noche y ya el sol se había marchado, Lonchera, iba bien abrigado, estaba jugando con él, lanzaba su pelota, le encantaba ese juego, en uno de los lanzamientos no me había percatado de lo cerca que estábamos del Thames River y la lancé muy fuerte, el rio estaba aún congelado pero el hielo había comenzado a fracturarse por la entrada de la primavera, Lonchera corrió por su pelota, estaba demasiado contento como para darse cuenta del lugar a donde se dirigía. Recogió su pelota y justo cuando estaba a punto de devolverse, el suelo congelado encima del rio se fracturó, lo dejó aislado, sabía que no podía moverse, su instinto se lo decía.

Entre en pánico, grité, aullé, e incluso hice como una oveja –así hago cuando tengo miedo- llamé a la policía, a los bomberos, llamé a la fuerza armada, llamé a todo el mundo, me llamé a mi mismo, nadie me quería o me podía ayudar, para mí, en ese momento era lo mismo.

El hielo se resquebrajó más, y yo sabía que no podía perder a mi amigo, sabía que tenía que hacer algo y tenía que ser inmediato, y sabía que una vez bajo el agua, era cuestión de dos minutos antes de morir a causa de la hipotermia, la gruesa capa de hielo que hubo en el invierno, se hacía más delgada a medida que se alejaba de la orilla.

Me quité las chaquetas, los buzos, me quedé en ropa interior, me recosté sobre la delgada capa de hielo para distribuir mi peso por toda el área, sabía que si lograba llegar allí, cerca de él, todo estaría bien, comencé a arrastrarme, suavemente, despacio, intentando mantener la calma, sabía que cualquier acción abrupta podía desembocar en un desastre.

Había un corrillo de personas observándolo todo, no entendía como nadie se tomaba la molestia de ayudarme, el hielo comenzó a rasguñar en mi cuerpo la delgada capa de piel que separaba el exterior de mi sangre, de mis fluidos: gasolina, veneno, lo que fuera que corriera por dentro.

La maniobra ya iba por los dos minutos, ya faltaba poco para llegar, sabía que Lonchera iba a estar bien una vez lo alcanzara, la capa de hielo se resquebrajó por completo en la parte donde estaba Lonchera y lonchera se hundió, desapareció bajo el hielo.

Hasta ese momento no sabía cuál era el significado de la palabra eternidad, la sensación de desasosiego, de soledad, de tristeza que sentí en esos segundos siguientes al hundimiento de Lonchera, fue infinita. Sentí como su vida marchaba ante mis ojos y yo no podía hacer nada para salvarlo, me sentí indefenso, me volví a sentir frágil, me sentí abandonado, sin ningún propósito en la vida. Me sentí impotente y rompí en llanto.

Los bomberos acudieron a mi llamado, no sé cómo, ni cuándo pero allí estaban, todo el tiempo habían estado allí, intentando ayudar. Bajando en dirección de la corriente, está el puente Vauxhall donde el flujo del rio se estrecha, los bomberos habían pensado más rápido que la muerte, estaban allí, dispuestos a rescartar a mi linda Lonchera. Y la buena noticia es que lo salvaron. Al igual que a mí, que también me rescataron.

Pero mi pobre Lonchera había tragado agua, y había estado expuesto al frio glacial de aquel rio durante mucho tiempo, estaba inconsciente, lo llevaron a una veterinaria, lo entraron por urgencias, el médico dijo que haría todo lo posible por salvarlo, yo le dije que no importaba lo que costara, que hiciera todo lo que estuviera en sus manos, practicó primeros auxilios, lo entubó, y de lo que sigue, no tengo recuerdos porque de tanta adrenalina y de tantas emociones fuertes me desmayé.

Cuando desperté, estaba en la sala de espera, habían pasado cinco horas, y el médico se acercó, me dio una mirada pesimista y yo esperé lo peor. Me dijo que lo habían salvado, que habían logrado devolverlo, pero que Lonchera ya no seguiría siendo Lonchera, que le tomaría tiempo volver a ser el mismo y tal vez no lo consiguiera, me dijo que estaba en cuidados intensivos, que estaba delicado pero estable, que habían hecho un proceso quirúrgico bastante complejo, pero que se resumía básicamente en que ya no tenía sistema respiratorio de perro, me habló de máquinas, me habló de procesos, en realidad no me importaba nada de eso, lo único que me importaba era que mi Lonchera continuara vivo.

Fueron tiempos duros, estuve en Londres por tres meses, todo el tiempo la pasaba con mi lonchera, un día me pegó un susto de muerte cuando dejó de respirar durante unos segundos, el doctor me dijo que tenía apneas.

Lo importante era que se recuperaba despacio pero satisfactoriamente.

Mejoró lo suficiente como para llevarlo a casa, él estaba cansado, y yo no lo ponía a hacer mayores esfuerzos, fue imposible lograr que en el vuelo me dejaron llevarlo arriba con la demás tripulación, por más que traté de expresar la situación me dijeron que no era permitido, que era políticas de la empresa, así que terminé por decirles que en caso tal que el no podía viajar conmigo arriba, tal vez yo podría viajar con él abajo, en las bodegas, y me concedieron el permiso.

Llegamos a casa, fueron otros cinco meses difíciles, tuve que conseguir quien lo cuidara, tenía que trabajar, y llamaba mil veces al día para preguntar como estaba, ese perro que ya no era perro, era la razón de mi mejor amigo.

Lonchera terminó de recuperarse, volví a salir a dar paseos con él. Ya no ronca, ni ladra, hace unos sonidos todos extraños, cambió. Pero la esencia de mi Lonchera sigue siendo la misma, me sigue dando abrazos.

Por eso, debido a esta historia, digo que tenía un perro, era un buen amigo, ahora tengo un perroidre que es mi mejor amigo.

Lonchera desde que lo conocía habí entrado a ocupar un lugar tan grande en mi corazón de humano que no es humano, ni autopista, y su compañía me hace muy muy feliz.

A la final cuando cuento esta historia con final feliz la gente me mira, se sonríe y entre bromas alguien una vez me dijo: "definitivamente las mascotas se parecen a su dueño”, y yo solté la carcajada, porque así es. Él mi perroidre y yo su humanoide.

Dejó de ser humano, dejó de sentirse autopista.

Nota: Pido disculpas por la falta de compromiso, ni siquiera la foto es mia.




Narrado por el perroidre, parte I:

Nací perro, o al menos eso fue lo que me dijeron, a mi la verdad, no me consta, tenía cuerpo de perro, eso si es verdad, digo tenía porque ya soy más como… Bueno no sabría con qué compararme.

Él nació humano, tampoco me consta, fue lo que me dijeron, pero cuando lo conocí, lo conocí humano, y efectivamente tenía cuerpo de humano. Se llama así mismo de muchas formas, a veces dice: “mucho gusto, disco compacto”, “mucho gusto, nevera”, “mucho gusto, sala comedor", “mucho gusto, sanitario corona”, pero la verdad es que se llama autopista 34.

Es mi esclavo, o mi amo, -no me va mucho eso de los roles-, pero tiendo a creer que es más un esclavo porque trabaja para darme comida, me saca todos los días, me consiente, me cuida, me cobija cuando me voy a dormir, en fin.

Entiendo su idioma, pero no lo hablo, tampoco es que me guste de a mucho.

Lo que si me gusta, y esto es completamente real, es abrazarlo, se preguntarán como hace un ¿perroidre para abrazar su esclavo? Bueno básicamente todo comienza por las miradas, yo lo miro, él me mira, luego le guiño el ojo, él me guiña el ojo, y en realidad todo se vuelve un juego, yo abro la boca, él abre la boca, yo pongo cara de serio, él pone cara de serio, y finalmente yo muevo la cola y el no mueve la cola, porque no tiene cola, entonces para intentar compensar el no poder mover su cola me abre los brazos como en señal de: "ven para acá" y yo entiendo que lo que se sigue es mi abrazo. Él me abraza, yo lo abrazo y a la final los dos terminamos a gusto y bien abrazados.

Dicen que no tiene sentimientos, pero eso es porque no lo conocen como yo lo conozco, o quizás solo tenga sentimientos para los perros y perroidres.

Físicamente no es igual al resto, su cambio es debido a un accidente. Nos habiamos ido de vacaciones. Él se había ido siendo humano. Se había ido a visitar a un amigo en Idaho, no era muy dado a las emociones fuertes, para se sincero era más bien aburrido.

Una vez estuvimos allí, su amigo Perry Michaels, había comenzado a insistir con la idea de que se diera el gusto de sentirse vivo, había comenzado a insistir con la idea de que practicaran base jumping desde el puente perrine allí, en Idaho.

Perry Michaels era un gringo de descendencia Irlandesa, y siempre había practicado los deportes extremos, había comenzado con sky diving y ahorita vivía su momento en el base jumping, convenció a Autopista 34 de que ya estaba lo suficientemente grande como para no haber vivido una sensación que lo llevara al extremo y que él no iba a permitir que partiera su tren sin haber vivido lo de la sensación extrema, en lo que a mi respecta Perry estaba loco.

Y así fue, allí estábamos, esperando que Autopista 34, se tirara del puente Perrine en Idaho, y lo hizo, se lanzó al vacío, y todo estuvo perfecto, el paracaídas abrió, él planeó, aterrizó. En la dirección contraria venía un conductor embriagado, venía fugado por haber atropellado una persona unos kilómetros atrás, venía descuidado, venía pensando en todo, venía pensando en nada, estaba distraído y arolló a Autopista 34.

Tuve un colapso, no sabía qué hacer, estaba desesperado, ladraba, aullaba, hacía incluso hasta como una gallina, -porque así era como se sentía-, una total y absoluta gallina, tenía susto, no lo voy a negar, sabía que si Autopista 34 moría, me tendría que ir a vivir a un lugar de acogida, sabía que si Autopista 34 moría, me iba a quedar con el corazón destrozado.

Lo llevamos a un hospital, Perry estaba en shock, tuve que manejar, entró por urgencias, no sé quien lo atendió, tampoco me importó, lo único que quería era que Autopista 34 continuara vivo.

No lo podían dejar morir, Autopista 34 era alguien importante, era presidente de gran parte del mercado bursátil. Yo estaba en shock, Perry estaba en shock, el mundo entero estaba en shock. Dijeron que lo podían salvar. Yo estaba a la expectativa, Perry estaba a la expectativa, el mundo entero estaba a la expectativa. Televisaron la cirugía, y se confundía la realidad con la ficción, la gente nunca antes había visto algo más intrigante, que despertara más ansias, que la cirugía a corazón abierto del presidente de gran parte del mercado bursátil. Era un momento en que la realidad superaba la ficción.

Tenía quebrados cien, de los doscientos huesos que tiene el esqueleto de un humano adulto. Tenía quebrado hasta el culo.

Mi Autopista 34 sobrevivió, el mundo entero aplaudió. Pero Autopista 34 dejó de sentirse humano, dejó de sentirse persona, dejó de sentirse frágil, Autopista 34 ese día dejó de sentirse autopista.

Estuvo en cama convaleciente, durante tres años, no le dolía el corazón, es que ya no tenía. No le dolían los pulmones, ni los cien huesos que se había quebrado, es que ya no los tenía, ni siquiera el culo le dolía, porque tampoco tenía.

Fueron tiempos duros, yo vivía sin abrazos, el estaba enyesado, no podía moverse, tuve que aprender a salir a pasearme solo, salía con collar, salía con la placa, y siempre salía con un paso apresurado, todo con el fin de que la gente creyera que mi mi Autopista, iba adelante.

Desde la cirugía ya han pasado varios años, mi esclavo, no es humano, eso está claro. Tampoco es autopista, pero aún así lo quiero y él me quiere a mí, yo soy su perroidre, y justo así es como me gusta.

lunes, 24 de octubre de 2011

Cuerpo frío.

A veces como que las neuronas se vuelven locas, hambrientas de serotonina y desconectan cualquier rastro de cinco sentidos que haya en mi alma, es que son tan impulsivas, que me hacen creer que el impulsivo soy yo.

La serotonina en exceso en este organismo tan líquido, está mal, mal porque me puede poner excesivamente bien o mal, me podría decir a mí mismo, sácame de esta realidad.
Es como que me miro al espejo, y no veo lo que quiero ver, cosa que cuando estoy en todos mis cinco sentidos no pasa, es decir, en el espejo siempre veo lo que quiero ver, quiero creérmelo y pues pasa que se hace realidad, la gente dice que soy como una cebolla, pero con millones de capas de ego, pues yo les digo que es verdad, porque yo entiendo por EGO, lograr lo que se me de la gana, y así es, tengo poderes, soy mágico, porque tengo todo lo que quiero, puede que a largo plazo, puede que se demore meses, pero cuando una idea se me mete a la cabeza NADIE, léase bien, nadie me la saca.
Pero eso no está del todo bien, una vez pensé “Coño, me va a decir que no”, adivinen, ¿qué dijo?.
Es por eso que cuando la gente me mire siempre va a haber una sonrisa en mi cara, por eso siempre le voy a ver el lado positivo a las cosas, por que cuando sale el lado negativo, puede ser MUY negativo, pero cuando sale el lado positivo, bendito sea yo entre los hombres.

Por ahí y la Serotonina en exceso sí es buena para mí, aunque siempre he dicho que los excesos son malos, este es bueno, no sé, por ahí y pienso muchas contradicciones, pero son mis contradicciones, son las mejores contradicciones.

Nota mental: Señor escritor, no se precipite nunca jamás, que casi pierde algo que no se consigue tan fácil.
Finalmente dejo lo que me inspiró a escribir esto.