Mentes sin amarras es un blog que nace de la búsqueda de la creatividad y del deseo de no dejar perder aquellas ideas que tocan de vez en cuando la mente y se van debido a la falta de un lugar para quedarse. Mentes sin amarras es el lugar para cualquier idea, pensamiento o escrito que ronde por ahí en las mentes de los autores.

lunes, 6 de octubre de 2008

Un día cualquiera


Los primeros rayos de luz que se colaron por sus ojos, venian de todas partes de su cuarto y generaron para él la visión de su habitación, extrañamente notó que el reloj marcaba las 9 am, y efectivamente era lunes y también no era tiempo de vacaciones, nadíe lo llamo nadie dijó nada, talvez pasa algo nuevo se dijo y salio de su cuarto, para sorpresa suya todo el mundo estaba inmovil, la mama estaba sentada en su silla el papá estaba recostado nadie se movia estaban respirando todo era un alivio, y en la calle todo era igual o mejor dicho todos estaban igual: quietos. 
Esto sólo significaba una cosa para él, diversión, salio de casa jugó a los carritos chocones con carros de verdad, aprovecho que las pastelerias eran sólo para él, entro a todos lados, aprovecho y le jalo el pelo al niño que lo molestaba en la escuela, le dio un besito a la niña que le gustaba, todo fue diversión, sin embargo se pregunto si a alguién le pasaba lo mismo que a él, si algún otro no estaba quieto y se mantenia inquito y jugueton en el mundo y empezo a buscar.

Busco durante días, en playas, en desiertos, en bosques, y un día sintió que alguien lo observaba, y al encaminarse hacia la mirada escucho un congelante: Estatua!!!.

domingo, 5 de octubre de 2008

¿Cuántos cuentos quiero contarme?

¡A que te cuento un cuento!
Ideas del cajón de recuerdos, por Rupert.

Había una vez, en un lugar probablemente impensado, cuando ya nadie esperaba nada y las ideas murieron con la esperanza, aconteció un hecho de remarcable trascendencia – o al menos eso creo, el problema es que ahora mismo, no lo recuerdo, así que me limitaré a contar la idea que pasa cada día en mi cementerio de historias pero que el mundo no se detiene a percibir-.

Erase una vez un joven de 18 años frustrado por su destino que tenía como pasatiempo escribir cartas a Dios, el joven nunca lo notó –a fin de cuentas los humanos nunca lo hacen- simplemente pasó su vida siendo un humano más, cuando las parcas habían predestinado la vida de un ser singular casi extraordinario, Se podría exagerar sin pretender ridiculizar que el joven era joven pero era ciego –ciego de los que pueden ver-.


El joven vivía en la ciudad donde una vez el sol despierta nunca jamás vuelve a esconderse, pero el sol carecía de voluntad y era un dormilón sin remedio, el joven era de la ciudad donde los sueños eran borrosos y por eso era necesario dormir con gafas –habían de todas las clases y para todos los problemas- lentes para ver pesadillas, para ver fantasías, locuras, realidades, grandes mentiras, irrealizables, incoherencias y hasta para ver los sueños – sueños, de esos que ocurren después de haberte besado con el ser amado pero que por falta de tiempo el beso no puede llegar a ser perfecto, así que la variedad de gamas de servicios por satisfacer a un sueñusuario podría ser satisfecha mediante los sueños-sueños, haciendo que el beso duré cuanto se desee.


Las nubes eran de algodón y programabas de tal manera tu día que si en la noche deseabas observar el firmamento en busca de estrellas sólo tenías que pedir amablemente a las nubes que se tomasen unas merecidas vacaciones – eso sí- debías estar atento de no encontrarte con una nimbus-columbus pues éstas eran las nubes amargadas, las personalistas, las que no les importaba los deseos de nadie, ni nada y para no perder el tiempo o enojar el día era mejor no intentar hablarles.

Cuenta la historia que algún día alguien intentó hablarles, las nubes iracundas tras larga espera del humano intentando ser médium entre sus deseos y el clima murió agobiado por la necesidad de una bella noche para declarar su ardiente amor por la damisela de ojos miel, no transcurrió mucho tiempo – fueron algo así como dos lustros- para que la gente notara que el problema mas allá de mal humor era que las nimbus-columbus era que eran sordas, y el problema encontró su luz cuando descubrieron que ellas manejaban el lenguaje de los sordo-mudos, desde entonces nadie murió por agobio y todo hombre o mujer que lo deseaba, podía atestiguar el amor por su amado.


Es así pues, como el joven vivía en aquella ciudad acompañado de gente imaginaria, que realizaban trabajos imaginarios para sostener una economía imaginaria –el problema con esto de lo imaginario es que si mueres en este mundo, sólo queda por perecer en el mundo real, de manera que la economía de la familia imaginaria no podía caerse a pedazos, de ser así no tendrían sustento y desaparecerían-.


La familia imaginaria estaba compuesta por un núcleo familiar sin padre además de un apuesto , creativo y encantador niño en pañales de 5 años, que pasaba las noches diciendo algo incomprensible como “agu gu ta ta” repetidas veces y cada vez más fuerte, la gente del barrio y la comunidad en general aprendió a convivir con ello –en las noches que no se provocaba el sonido, las personas lo extrañaban, lo sentían parte de ellos, ese ruido provocado por el encantador niño en pañales de 5 años los arrullaba y les daba el gusto de sentir la inocencia en sus sueños-.

Los demás integrantes de la familia eran el millón de artefactos imaginariamente inertes que cobraban vida cada sábado para hacer una fiesta y drogarse hasta perder la conciencia, la olla de arroz era siempre la anfitriona, estaba un poco pasada de kilos –pero silencio- es de esas ollas que la autoestima está muy ligada a su masa corporal, pero ella simplemente era una glotona sin remedio.

La familia era sin más una de esas familias chapadas a la antigua. En las noches de sábado se dormían temprano, aunque algunas veces por la extraña alineación de los astros, algunos de sus integrantes escapan de la guarida donde habían estado guardados desde los tiempos de Jesucristo.


Una noche de esas de sábado cuando ya todos dormían y las ollas estaban a punto de comenzar la fiesta –eso era sin duda, segundos antes de media noche, cuando las brujas toman el té-, las ratas se habían aliado con las cucarachas para hacer desistir a los implementos imaginarios de esas rumbas extravagantes y ese ruido estrepitoso.

Fue así, como sin previo aviso comenzó el complot contra los artefactos, primero se torno en forma de discusión; las ratas reclamaban más horas de sueño y el tenedor decía que las ratas y las cucarachas no eran más que unas putas amargadas, de repente, una de las ratas encolerizada y cegada por su egoísta ira se abalanzó a la nevera y sin más corto con sus afilados dientes imaginarios el cable alimentador de energía, la pobre rata sin poder pensar con cabeza fría murió electrocutada por la energía, sin embargo, se llevó con ella la vida útil de la nevera pues debido a las bajas y subidas repentinas de temperatura se fundió.

Ahora el complot y lo que había comenzado como una protesta pacífica para la reclamación de derechos, cobraba fuerzas para hacerse una guerra de proporciones astronómicas.


La oscuridad jugaba un papel neutro en la campaña y el árbitro era el techo de madera descuidada. Estaban empatados uno a uno y seguía la lucha -imparables como atletas africanos- ambos bandos disputaban la batalla.

Cuando ya eran cerca de las dos de la mañana y el cielo seguía completamente despejado, las ratas llegaron a un común acuerdo con los trastos. Decidieron detener la disputa. Ambos estaban en iguales condiciones y ni siquiera el cuchillo afilado de mango oxidado alias “asesino”, pudo acabar con alguna de las sagaces ratas ni tampoco con las perspicaces cucarachas. Para acabar con la vida de alguna tenía que ser un homicidio que sería un pacto implícito de suicidio como ocurrió con la nevera.

Llegaron a un acuerdo: alternarían los sábados en los que la casa estaría dispuesta una vez para los trebejos y el sábado siguiente para los roedores y cucarachas, todos y todas estuvieron de acuerdo, se dieron las patas en el caso de las ratas y cucarachas, y los mangos y cables alimentadores en el caso de los trebejos y electrodomésticos. Como pudieron se abrazaron los utensilios con los animales y sonrieron a gusto.


Ahora tenemos una tarea — dijo la olla de arroz pasadita de kilos —enterrar sin que nadie note, a excepción de nosotros, la pobre rata y la fría nevera—. Pero las ratas tenían un as bajo la manga, hicieron pasar al sabio roedor Palicuatalumala, el más estudiado del gueto de las ratas que tenía los mismos años de matusalén. Éste con sus conocimientos de metafísica, budismo y alquimia, les pidió a todos los allí presentes, aunque imaginarios, que cerraran las ojos y repitieran las frases que el decía y por arte de magia cuando terminaron de pronunciar el cantico la fría nevera y la pobre rata resurgieron otra vez.