¡A que te cuento un cuento!
Ideas del cajón de recuerdos, por Rupert.
Había una vez, en un lugar probablemente impensado, cuando
ya nadie esperaba nada y las ideas murieron con la esperanza, aconteció un
hecho de remarcable trascendencia – o al menos eso creo, el problema es que
ahora mismo, no lo recuerdo, así que me limitaré a contar la idea que pasa cada
día en mi cementerio de historias pero que el mundo no se detiene a percibir-.
Erase una vez un joven de 18 años frustrado por su destino que
tenía como pasatiempo escribir cartas a Dios, el joven nunca lo notó –a fin de
cuentas los humanos nunca lo hacen- simplemente pasó su vida siendo un humano
más, cuando las parcas habían predestinado la vida de un ser singular casi
extraordinario, Se podría exagerar sin pretender ridiculizar que el joven era
joven pero era ciego –ciego de los que pueden ver-.
El joven vivía en la ciudad donde una vez el sol despierta
nunca jamás vuelve a esconderse, pero el sol carecía de voluntad y era un
dormilón sin remedio, el joven era de la ciudad donde los sueños eran borrosos
y por eso era necesario dormir con gafas –habían de todas las clases y para
todos los problemas- lentes para ver pesadillas, para ver fantasías, locuras,
realidades, grandes mentiras, irrealizables, incoherencias y hasta para ver los
sueños – sueños, de esos que ocurren después de haberte besado con el ser amado
pero que por falta de tiempo el beso no puede llegar a ser perfecto, así que la
variedad de gamas de servicios por satisfacer a un sueñusuario podría ser
satisfecha mediante los sueños-sueños, haciendo que el beso duré cuanto se
desee.
Las nubes eran de algodón y programabas de tal manera tu día
que si en la noche deseabas observar el firmamento en busca de estrellas sólo
tenías que pedir amablemente a las nubes que se tomasen unas merecidas
vacaciones – eso sí- debías estar atento de no encontrarte con una
nimbus-columbus pues éstas eran las nubes amargadas, las personalistas, las que
no les importaba los deseos de nadie, ni nada y para no perder el tiempo o
enojar el día era mejor no intentar hablarles.
Cuenta la historia que algún día alguien intentó hablarles,
las nubes iracundas tras larga espera del humano intentando ser médium entre
sus deseos y el clima murió agobiado por la necesidad de una bella noche para
declarar su ardiente amor por la damisela de ojos miel, no transcurrió mucho
tiempo – fueron algo así como dos lustros- para que la gente notara que el
problema mas allá de mal humor era que las nimbus-columbus era que eran sordas,
y el problema encontró su luz cuando descubrieron que ellas manejaban el
lenguaje de los sordo-mudos, desde entonces nadie murió por agobio y todo
hombre o mujer que lo deseaba, podía atestiguar el amor por su amado.
Es así pues, como el joven vivía en aquella ciudad
acompañado de gente imaginaria, que realizaban trabajos imaginarios para
sostener una economía imaginaria –el problema con esto de lo imaginario es que
si mueres en este mundo, sólo queda por perecer en el mundo real, de manera que
la economía de la familia imaginaria no podía caerse a pedazos, de ser así no
tendrían sustento y desaparecerían-.
La familia imaginaria estaba compuesta por un núcleo
familiar sin padre además de un apuesto , creativo y encantador niño en pañales
de 5 años, que pasaba las noches diciendo algo incomprensible como “agu gu ta
ta” repetidas veces y cada vez más fuerte, la gente del barrio y la comunidad
en general aprendió a convivir con ello –en las noches que no se provocaba el
sonido, las personas lo extrañaban, lo sentían parte de ellos, ese ruido
provocado por el encantador niño en pañales de 5 años los arrullaba y les daba
el gusto de sentir la inocencia en sus sueños-.
Los demás integrantes de la familia eran el millón de
artefactos imaginariamente inertes que cobraban vida cada sábado para hacer una
fiesta y drogarse hasta perder la conciencia, la olla de arroz era siempre la
anfitriona, estaba un poco pasada de kilos –pero silencio- es de esas ollas que
la autoestima está muy ligada a su masa corporal, pero ella simplemente era una
glotona sin remedio.
La familia era sin más una de esas familias chapadas a la
antigua. En las noches de sábado se dormían temprano, aunque algunas veces por
la extraña alineación de los astros, algunos de sus integrantes escapan de la
guarida donde habían estado guardados desde los tiempos de Jesucristo.
Una noche de esas de sábado cuando ya todos dormían y las
ollas estaban a punto de comenzar la fiesta –eso era sin duda, segundos antes
de media noche, cuando las brujas toman el té-, las ratas se habían aliado con
las cucarachas para hacer desistir a los implementos imaginarios de esas rumbas
extravagantes y ese ruido estrepitoso.
Fue así, como sin previo aviso comenzó el complot contra los
artefactos, primero se torno en forma de discusión; las ratas reclamaban más
horas de sueño y el tenedor decía que las ratas y las cucarachas no eran más
que unas putas amargadas, de repente, una de las ratas encolerizada y cegada
por su egoísta ira se abalanzó a la nevera y sin más corto con sus afilados
dientes imaginarios el cable alimentador de energía, la pobre rata sin poder
pensar con cabeza fría murió electrocutada por la energía, sin embargo, se
llevó con ella la vida útil de la nevera pues debido a las bajas y subidas
repentinas de temperatura se fundió.
Ahora el complot y lo que había comenzado como una protesta
pacífica para la reclamación de derechos, cobraba fuerzas para hacerse una
guerra de proporciones astronómicas.
La oscuridad jugaba un papel neutro en la campaña y el
árbitro era el techo de madera descuidada. Estaban empatados uno a uno y seguía
la lucha -imparables como atletas africanos- ambos bandos disputaban la
batalla.
Cuando ya eran cerca de las dos de la mañana y el cielo
seguía completamente despejado, las ratas llegaron a un común acuerdo con los
trastos. Decidieron detener la disputa. Ambos estaban en iguales condiciones y
ni siquiera el cuchillo afilado de mango oxidado alias “asesino”, pudo acabar
con alguna de las sagaces ratas ni tampoco con las perspicaces cucarachas. Para
acabar con la vida de alguna tenía que ser un homicidio que sería un pacto
implícito de suicidio como ocurrió con la nevera.
Llegaron a un acuerdo: alternarían los sábados en los que la
casa estaría dispuesta una vez para los trebejos y el sábado siguiente para los
roedores y cucarachas, todos y todas estuvieron de acuerdo, se dieron las patas
en el caso de las ratas y cucarachas, y los mangos y cables alimentadores en el
caso de los trebejos y electrodomésticos. Como pudieron se abrazaron los
utensilios con los animales y sonrieron a gusto.
Ahora tenemos una tarea — dijo la olla de arroz pasadita de
kilos —enterrar sin que nadie note, a excepción de nosotros, la pobre rata y la
fría nevera—. Pero las ratas tenían un as bajo la manga, hicieron pasar al
sabio roedor Palicuatalumala, el más estudiado del gueto de las ratas que tenía
los mismos años de matusalén. Éste con sus conocimientos de metafísica, budismo
y alquimia, les pidió a todos los allí presentes, aunque imaginarios, que
cerraran las ojos y repitieran las frases que el decía y por arte de magia
cuando terminaron de pronunciar el cantico la fría nevera y la pobre rata
resurgieron otra vez.
3 comentarios:
Con esta media locura me hiciste dar ganas de escribir...
Estoy empezando a creer que soy el único que lee por estos lares, pero te cuento que ando altamente sorprendido y admirado que hermosa imaginación tienes, no me queda más que hacer mi ademan de saludo y de gratitud. Sin palabras!
Hacía tanto rato que no leía esto... ya había terminado por olvidar muchas cosas tengo que volver a mi época de lucidez rodeada de locura. me reí de nuevo.
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