
Recomendación: leer primero: "dejó de ser humano, dejó de sentirse autopista"
Narrado por él, parte II:
Mi nombre es Autopista 34, aunque de Autopista ya no me queda nada.
He vivido dos momentos realmente tristes en mi vida:
El primero, cuando creí que me iba a morir dejando solo a mi pobre perro.
El segundo, cuando creí que me iba a quedar solo sin mi lindo perro.
De la primera no hay mucho qué decir:
Un accidente que casi acaba conmigo, digo casi, porque parcialmente logró acabarme, mi cuerpo no quedó sirviendo para nada, tuvieron que reconstruirlo, jugaron a ser Dios, y soy más un frankenstein que un humano propiamente hablando, con la diferencia que en vez de estar muerto y traerme a la vida, yo hice el ciclo completo, nací, crecí, morí y volví, con partes que no son de humano, pero volví, no hay Jesus resucitando que valga en esta historia. Jesús! Si me estás escuchando, déjame decirte que yo soy la verdadera resurrección, tú, un simple aficionado.
De la segunda puedo contar:
Tenía un perro, siempre cuidó de mí, fue un buen amigo. He aquí su historia: Habíamos ido de vacaciones a Londres, nos habíamos hospedado en un pequeño hostal cerca a la estación East Putney, un hostal que colindaba con el Thames river , bastante acogedor. Para ese entonces, yo ya era esta vaina mitad hombre, mitad robot, mitad mierda.
Eran los primeros días de primavera, el final del invierno, habíamos estado siendo azotados por unas temperaturas increíblemente bajas, para los que creen que no siento, les confieso que están equivocados, han instalado tan poderosos sensores de reconocimiento de sensaciones en mi cuerpo, que he terminado por ser más sensible que cualquier humano, oso o elefante que habite en este mundo.
Tenía que estar abrigado de más todo el tiempo, y me resultaba casi imposible el caminar rápido.
Lonchera, mi perro, era mi compañía de todos los días, y fue la única razón, por la que decidí que valía la pena seguir viviendo después del accidente, a él tengo que agradecerle tantos momentos de compañía, y sé que no habla pero con sus miradas y abrazos me dice más que cualquier humano.
Llámame misántropo si quieres, pero para mí, tiene más importancia la vida de un animalito que a diferencia de un humano, no es capaz de expresarse.
Tampoco voy a decir que Hitler es mi héroe, porque no me va nada que sea relacionado con sufrimiento, maltrato o abusos de poder.
Eran las ocho de la noche y ya el sol se había marchado, Lonchera, iba bien abrigado, estaba jugando con él, lanzaba su pelota, le encantaba ese juego, en uno de los lanzamientos no me había percatado de lo cerca que estábamos del Thames River y la lancé muy fuerte, el rio estaba aún congelado pero el hielo había comenzado a fracturarse por la entrada de la primavera, Lonchera corrió por su pelota, estaba demasiado contento como para darse cuenta del lugar a donde se dirigía. Recogió su pelota y justo cuando estaba a punto de devolverse, el suelo congelado encima del rio se fracturó, lo dejó aislado, sabía que no podía moverse, su instinto se lo decía.
Entre en pánico, grité, aullé, e incluso hice como una oveja –así hago cuando tengo miedo- llamé a la policía, a los bomberos, llamé a la fuerza armada, llamé a todo el mundo, me llamé a mi mismo, nadie me quería o me podía ayudar, para mí, en ese momento era lo mismo.
El hielo se resquebrajó más, y yo sabía que no podía perder a mi amigo, sabía que tenía que hacer algo y tenía que ser inmediato, y sabía que una vez bajo el agua, era cuestión de dos minutos antes de morir a causa de la hipotermia, la gruesa capa de hielo que hubo en el invierno, se hacía más delgada a medida que se alejaba de la orilla.
Me quité las chaquetas, los buzos, me quedé en ropa interior, me recosté sobre la delgada capa de hielo para distribuir mi peso por toda el área, sabía que si lograba llegar allí, cerca de él, todo estaría bien, comencé a arrastrarme, suavemente, despacio, intentando mantener la calma, sabía que cualquier acción abrupta podía desembocar en un desastre.
Había un corrillo de personas observándolo todo, no entendía como nadie se tomaba la molestia de ayudarme, el hielo comenzó a rasguñar en mi cuerpo la delgada capa de piel que separaba el exterior de mi sangre, de mis fluidos: gasolina, veneno, lo que fuera que corriera por dentro.
La maniobra ya iba por los dos minutos, ya faltaba poco para llegar, sabía que Lonchera iba a estar bien una vez lo alcanzara, la capa de hielo se resquebrajó por completo en la parte donde estaba Lonchera y lonchera se hundió, desapareció bajo el hielo.
Hasta ese momento no sabía cuál era el significado de la palabra eternidad, la sensación de desasosiego, de soledad, de tristeza que sentí en esos segundos siguientes al hundimiento de Lonchera, fue infinita. Sentí como su vida marchaba ante mis ojos y yo no podía hacer nada para salvarlo, me sentí indefenso, me volví a sentir frágil, me sentí abandonado, sin ningún propósito en la vida. Me sentí impotente y rompí en llanto.
Los bomberos acudieron a mi llamado, no sé cómo, ni cuándo pero allí estaban, todo el tiempo habían estado allí, intentando ayudar. Bajando en dirección de la corriente, está el puente Vauxhall donde el flujo del rio se estrecha, los bomberos habían pensado más rápido que la muerte, estaban allí, dispuestos a rescartar a mi linda Lonchera. Y la buena noticia es que lo salvaron. Al igual que a mí, que también me rescataron.
Pero mi pobre Lonchera había tragado agua, y había estado expuesto al frio glacial de aquel rio durante mucho tiempo, estaba inconsciente, lo llevaron a una veterinaria, lo entraron por urgencias, el médico dijo que haría todo lo posible por salvarlo, yo le dije que no importaba lo que costara, que hiciera todo lo que estuviera en sus manos, practicó primeros auxilios, lo entubó, y de lo que sigue, no tengo recuerdos porque de tanta adrenalina y de tantas emociones fuertes me desmayé.
Cuando desperté, estaba en la sala de espera, habían pasado cinco horas, y el médico se acercó, me dio una mirada pesimista y yo esperé lo peor. Me dijo que lo habían salvado, que habían logrado devolverlo, pero que Lonchera ya no seguiría siendo Lonchera, que le tomaría tiempo volver a ser el mismo y tal vez no lo consiguiera, me dijo que estaba en cuidados intensivos, que estaba delicado pero estable, que habían hecho un proceso quirúrgico bastante complejo, pero que se resumía básicamente en que ya no tenía sistema respiratorio de perro, me habló de máquinas, me habló de procesos, en realidad no me importaba nada de eso, lo único que me importaba era que mi Lonchera continuara vivo.
Fueron tiempos duros, estuve en Londres por tres meses, todo el tiempo la pasaba con mi lonchera, un día me pegó un susto de muerte cuando dejó de respirar durante unos segundos, el doctor me dijo que tenía apneas.
Lo importante era que se recuperaba despacio pero satisfactoriamente.
Mejoró lo suficiente como para llevarlo a casa, él estaba cansado, y yo no lo ponía a hacer mayores esfuerzos, fue imposible lograr que en el vuelo me dejaron llevarlo arriba con la demás tripulación, por más que traté de expresar la situación me dijeron que no era permitido, que era políticas de la empresa, así que terminé por decirles que en caso tal que el no podía viajar conmigo arriba, tal vez yo podría viajar con él abajo, en las bodegas, y me concedieron el permiso.
Llegamos a casa, fueron otros cinco meses difíciles, tuve que conseguir quien lo cuidara, tenía que trabajar, y llamaba mil veces al día para preguntar como estaba, ese perro que ya no era perro, era la razón de mi mejor amigo.
Lonchera terminó de recuperarse, volví a salir a dar paseos con él. Ya no ronca, ni ladra, hace unos sonidos todos extraños, cambió. Pero la esencia de mi Lonchera sigue siendo la misma, me sigue dando abrazos.
Por eso, debido a esta historia, digo que tenía un perro, era un buen amigo, ahora tengo un perroidre que es mi mejor amigo.
Lonchera desde que lo conocía habí entrado a ocupar un lugar tan grande en mi corazón de humano que no es humano, ni autopista, y su compañía me hace muy muy feliz.
A la final cuando cuento esta historia con final feliz la gente me mira, se sonríe y entre bromas alguien una vez me dijo: "definitivamente las mascotas se parecen a su dueño”, y yo solté la carcajada, porque así es. Él mi perroidre y yo su humanoide.